andrés calamaro
he intentado escribir sobre el concierto del sábado, pero no lo he asimilado todabía, pues todo lo que escribía se quedaba corto. así que os dejo con chabi que él sí a podido y de qué manera.
Ya pasó. Y qué bueno fue. Increíble. Y no es que sea el hecho de ir a ver a una persona en concreto. Se trata de una parte de vida, unas canciones, sí, pero también amigos, alegrías y tristezas, amores y desamores, sentimientos, pensamientos e ideas, una filosofía si me apuras. Más que ir a ver al Andrelo, me estaba encontrando a mí mismo. Incluso la aparición de Ariel contribuyó aún más a agrandar ese momento, haciendo que viviese situaciones que siempre habíamos soñado y pensábamos nunca disfrutaríamos. Pero así fue. Calamaro jugaba con la magia entre las manos, nos la lanzaba, nos perforaba los corazones, y la recogía de nuevo para que ésta se deslizase por las cuerdas de Ariel. Y claro, cómo no, tenía que aparecer esa incómoda pero comodísima humedad en los ojos, en los ojos dos ojos. Al escuchar esos versos que a pesar de saberlos al dedillo resultaban completamente inesperados, al encontrarte sumergido en un mar de voces al unísono, al oír las dedicatorias, al sentir los comienzos de esas canciones que forman parte de ti, los ojos se humedecían y no podías hacer otra cosa que sonreír un poquito más. Y entonces notabas una mano apoyada en el hombro, que se estrechaba fuertemente contra ti, un susurro gritado al oído, un abrazo, una mirada diciéndolo todo, y notabas que todo lo compartías con tus acompañantes, con esos que se habían apuntado a esa mini excursión. Y es que no faltó de nada. Examen mañanero (bien), llegada a primera hora de la tarde, recepción en Okendo número 11, pintxos por el casco viejo, concierto, gran parranda nocturna, vómitos (ajenos) y risas de madrugada, petit dejeneur a las tres de la tarde, promenade por peine de los vientos, y vuelta después de 24 horas intensísimas. Todo ello acompañados de nuestra incesante amiga lluvia, que caía golpeando suavemente los pedazos rotos del espejo interior. En fin, el texto se me queda corto y las palabras ingratas para poder plasmar aquí lo vivido durante estas horas con mis amigos, lo vivido por mi para con ellos y viceversa. ...
así fue y así se lo ha contado javier bernarte. a él gracias por sacar la experiencia en mi cafetín, a octavio por acogernos, y los demás por compartir. un abrazo. (mucho andrés)
Ya pasó. Y qué bueno fue. Increíble. Y no es que sea el hecho de ir a ver a una persona en concreto. Se trata de una parte de vida, unas canciones, sí, pero también amigos, alegrías y tristezas, amores y desamores, sentimientos, pensamientos e ideas, una filosofía si me apuras. Más que ir a ver al Andrelo, me estaba encontrando a mí mismo. Incluso la aparición de Ariel contribuyó aún más a agrandar ese momento, haciendo que viviese situaciones que siempre habíamos soñado y pensábamos nunca disfrutaríamos. Pero así fue. Calamaro jugaba con la magia entre las manos, nos la lanzaba, nos perforaba los corazones, y la recogía de nuevo para que ésta se deslizase por las cuerdas de Ariel. Y claro, cómo no, tenía que aparecer esa incómoda pero comodísima humedad en los ojos, en los ojos dos ojos. Al escuchar esos versos que a pesar de saberlos al dedillo resultaban completamente inesperados, al encontrarte sumergido en un mar de voces al unísono, al oír las dedicatorias, al sentir los comienzos de esas canciones que forman parte de ti, los ojos se humedecían y no podías hacer otra cosa que sonreír un poquito más. Y entonces notabas una mano apoyada en el hombro, que se estrechaba fuertemente contra ti, un susurro gritado al oído, un abrazo, una mirada diciéndolo todo, y notabas que todo lo compartías con tus acompañantes, con esos que se habían apuntado a esa mini excursión. Y es que no faltó de nada. Examen mañanero (bien), llegada a primera hora de la tarde, recepción en Okendo número 11, pintxos por el casco viejo, concierto, gran parranda nocturna, vómitos (ajenos) y risas de madrugada, petit dejeneur a las tres de la tarde, promenade por peine de los vientos, y vuelta después de 24 horas intensísimas. Todo ello acompañados de nuestra incesante amiga lluvia, que caía golpeando suavemente los pedazos rotos del espejo interior. En fin, el texto se me queda corto y las palabras ingratas para poder plasmar aquí lo vivido durante estas horas con mis amigos, lo vivido por mi para con ellos y viceversa. ...
así fue y así se lo ha contado javier bernarte. a él gracias por sacar la experiencia en mi cafetín, a octavio por acogernos, y los demás por compartir. un abrazo. (mucho andrés)
3 Comments:
Joder, qu'e envidia me d'ais, panda de cabrones.
Charlie.
Olvidadiza es la mente humana: más de un asistente a la gran fiesta de Andrés Calamaro, el sábado en Anoeta, comentaba que por fin se le podía oir en nuestra ciudad. Pero el argentino había estado ya al menos dos veces por aquí: en el inolvidable concierto de Los Rodríguez en el Principal y como telonero de Dylan en el propio velódromo, allá por abril del 99.
Pero la cita de ahora era especial: llevaba el porteño seis años retirado y ni los calamarólogos las tenían consigo ante la triple presentación europea (Donostia-Madrid-Barcelona) de El regreso, directo grabado en Buenos Aires la pasada primavera.
¿Y qué pasó, pibes? Pues que el velódromo se puso de bote en bote en una noche de perros (con el taquillaje del concierto del viernes 18 en Madrid agotado), con un público plural en edad, pero abundante juventud, y que fue una juerga que tardará en olvidarse.
El montaje escénico fue sencillamente elegante, de estructura triangular y efectivo juego lumínico. AC desecha las pantallas intentando naturalizar su espectáculo. Los siete músicos del grupo Bersuit y los dos efectistas coristas masculinos plantearon un macizo esquema sónico, rockero, latinoide o standard, según el guión, mientras que el maestro, seguro, perfecto de voz y en su labor paralela de pianista, dio una lección de carismático comunicador, sin un miligramo de sobrecarga artificial. «Calamarovich» recupera la rumba-rock inteligente y sutil, estilo que ha caído precisamente en un simplismo populista por culpa de artistas mediocres y públicos acríticamente condescendientes.
Arrancó la juerga con el exacto esquema del disco en directo: El cantante (de Rubén Blades), El salmón, Te quiero igual, Tuyo siempre, Las oportunidades, Clonazepán y circo. Y siguió, imparable, con la masa entregada, en un orden muy similar al de esa grabación, con momento estelares como Loco (la del polémico porrito), el seudo rap Vigilante medio argentino o el himno colectivo Estadio Azteca.
El repertorio se saltó dos tangos que se deberían haber interpretado con Niño Josele, quien no pudo asistir, y recuperó al gran guitarrista Ariel Rot. Hubo recuerdos a ausentes (Kike Turmix, Eduardo Haro Teglen, Norberto Napolitano). Momentos de excelso romanticismo (Nos volveremos a ver) y un apoteósico final de grandes canciones: Flaca, Paloma, Mi enfermedad, Sin documentos. A sus 44 años, el ahora «gaucho feliz y enamorado» es la lucidez hecha rock. Feliz retorno.
Loco muy cuerdo
Ya tenía ganas de ver a don Andrés esta noche, pero puedo decir que las has potenciado.
Ha puesto banda sonora a muchos años de mi vida así que puedo decirte que me ha llegado esto:
"Se trata de una parte de vida, unas canciones, sí, pero también amigos, alegrías y tristezas, amores y desamores, sentimientos, pensamientos e ideas, una filosofía si me apuras. Más que ir a ver al Andrelo, me estaba encontrando a mí mismo".
Encontrémonos pues esta noche en el Palau Sant Jordi!!
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